SLEETMUTE.

Me dijeron: "No hay otra manera de llegar a Sleetmute más que en avión", y hasta aquí iba todo bien, porque yo imaginé un avión como el que nos llevó a Aniak, y de repente, se acerca a mi un señor en el aeropuerto y me pregunta: "¿cuánto pesas?", y fue el momento en el que me temí lo peor...

En efecto, una avioneta carraca con un piloto que tendría tantos años o más que el chisme ese. Me dí cuenta enseguida de que en ese momento creía más en Dios que nunca, sin dudas, y me puse a rezar, curioso...
Me acordé de Félix Rodríguez de la Fuente a cada segundo, entre otras cosas porque murió en Alaska en un accidente de avioneta, mal momento para pensar justamente en eso.

El piloto, un señor mayor, muy mayor y falto de reflejos. A mitad del vuelo se puso a leer un papel mientras la avioneta daba unos bandazos que me hicieron creer firmemente que ese era mi último día. Resultado: un mareo de mucho cuidado. Los de delante pasando bolsas hacía atrás por si me daba la vomitera y cuando estaba a punto de soltar hasta mi primer biberón, llegamos a Sleetmute.

Tras el viajecito en avioneta pisar tierra firme me pareció un lujo y Sleetmute fue de repente el sitio más bonito que habia visto nunca, más que nada porque estaba viva. Todos estaban riéndose de cómo me temblaban las piernas todavía, y yo, feliz por seguir respirando.

Nos estaba esperando Margaret con el quad para trasladarnos hasta el lugar donde teníamos que trabajar.

Nuestra siguiente tarea era limpiar un vertedero y meter los trastos en un contenedor para que se los llevara un barco y así poder reciclarlo. Y eso hicimos, pasamos parte de la tarde dejando el monte limpio y el contenedor lleno.